Año nuevo, sexo nuevo

Te vas a sentir identificad@ con el relato, típica cena de navidad que te preguntan sobre el/la novia. ¿Sabes quien es mi pareja? ;)
En fin de año, en mi casa natal...
Dejar Barcelona y empezar de cero, ya es lo suficiente doloroso. Después de la ruptura con Joaquín, la ciudad condal se volvía poco asequible para mi bolsillo. Mi sueldo de cajera y reponedora no era suficiente para un alquiler en el centro, ni para una habitación sin ventana en un piso compartido en una barriada de Barcelona.
Hace cinco meses que me mudé con papá y mamá al pueblo de montaña en el que crecí antes de irme con el hombre que conocí por internet y del que me enamoré locamente. Aquí he conseguido un trabajo que no está mal, en una fábrica de embutidos y, los fines de semana, me los paso viendo Netflix, si la conexión lo permite.
—¿Qué? —se acerca a mí mi tío Bernardo—. ¿Tienes novio, Aranchita?
Esa pregunta ya la había superado con mi tía Manolita y mi tío Juan. Es lo mismo de siempre, pero con otro atuendo.
Mantuve a Joaquín en secreto durante años, porque pensé que nadie entendería que el amor podía surgir incluso sin vernos cara a cara. Nuestras conversaciones por chat eran puro fuego, complicidad y un amor sincero. En este pueblo, hubiésemos pasado como degenerados viciosos.
Mis padres se enteraron de mi noviazgo cuando me vieron con la maleta en la mano, abriendo la puerta de casa. Supieron que internet no solo me había servido para hacer los trabajos del colegio.
A toda esta panda de chismosos que tengo por familia, les dijeron que su hija se había ido a estudiar a la ciudad. Por lo visto, «Se ha ido con su novio virtual» les parecía poco formal como despedida.
—Tío, ¿qué tal va el Real Madrid? ¿Eh? —Me hago con otro bombón casero de licor mientras asimila mi estocada—. Vais perdiendo, ¿eh? —Bebo el licor del bombón y luego me llevo la pieza de chocolate a la boca. Con este van siete.
—Es que hace años que no venías a las fiestas familiares.
—Concretamente veinte años. Tengo buena memoria.
—Y veinte años que no nos presentas a un mozo. Tienes ya treinta y siete años. —Se devuelve, el cabronazo.
—Y dos tetas como dos carretas, te faltó decir, modernamente.
Mozo de almacén era mi ex. En parte, mi destino iba sobre presentarle ese mozo que tanto desea conocer. Joaquín me enchufó en el supermercado, en cuanto pisé la ciudad. Currantes de día y amantes de noche. A veces hasta mezclábamos los roles y follábamos en el almacén, en un rincón escondido entre comida para mascotas y palets de bebidas. Creo que mis mejores experiencias sexuales han sido en ese almacén, cerrando caja.
—¡Los canapés! ¡Todo el mundo a la mesa! —grita mamá mientras bailotea sobre sus tacones. Porta una enorme bandeja de embutidos, tostadas y frutos secos.
Esquivo la siguiente pregunta de mi tío y me dirijo a la mesa donde mamá ha hecho comida para un ejército. Según mi tía Paola va indicando, tomamos asiento.
—¡Espera, Arancha! —grita mamá—. Siéntate al lado de Saúl, el hijo de Marga.
Y busco al chico. Saúl se ríe por lo bajo mientras se mueve tres sillas hasta alcanzar mi posición.
El chico ha llegado tarde a la cena y ni nos han presentado. Lo he visto tan trajeado y con una botella de vino caro en la mano, que mi primera idea ha sido etiquetarlo como un snob atrapado en un pueblo de montaña.
Tras 1 hora con mi familia y sus padres, se ha deshecho de la corbata, se ha arremangado las mangas de la camisa y, ha dejado tirada la chaqueta americana en el sofá de la casa. Porque si algo tienen estas comidas navideñas, es estrés para los solteros.
—Qué tal. —Saluda al sentarse a mi lado.
—Estupendamente —pronuncio masticando el octavo bombón de licor.
El chico es absolutamente diferente a mi prototipo de tío. Es atractivo, a su manera. Tiene unos rasgos muy marcados que se escapan de la belleza masculina a la que llamo «Buenorro de manual». Nariz muy pronunciada y ancha, dientes con una ligera separación que le da pillería a la sonrisa y, cejas algo más pobladas que le dan un toque tosco a su mirada. Desprende un aura de rudeza que su camisa de marca y pantalones de pinza de niño pijo intentan rebajar sin conseguir su cometido. Es un «tocho»; su altura no corresponde a su cuerpazo de deportista por el que empiezo a sentir mucha curiosidad.
—¡Aranchita! —grita mi tío Leo desde la otra punta de la mesa comunal.
—Ya empezamos... —Me llevo un puñado de rodajas de fuet a la boca. Saúl se ríe al ver mi masticar de rumiador—. Me quiero morir... —balbuceo con la boca llena.
—Si comes así, lo conseguirás. —El niño pijo se ríe de mi descaro.
—¿Tienes novio? ¿Cuándo nos lo presentas? —insiste mi tío.
Trago el fuet con dificultad mientras la mesa me observa, en silencio. Papá y mamá tienen cara de tristeza al saber que eso me hará recordar la ruptura con el gilipollas de mi ex. Mis tíos muerden las tostas de pan como hámsteres, pendientes de mi respuesta. El bocazas de Leo sonríe a esperas de que dé una noticia que sirva como tema para bromear toda la noche. Entonces, Saúl toma la botella y me sirve una copa de vino tinto. Está aguantándose la risa mientras se ocupa de sedar mi cabreo y mantener la botella con firmeza.
—Pues sí. —Sonrío al ver mi copa llenarse hasta los topes—. Tengo un novio maravilloso. —Papá y mamá fruncen el ceño, extrañados. Un «Oh» de alegría se escucha en el resto—. Se llama Satisfyer. Es alemán, tío Leo. No falla ninguna noche. Dale, dale, dale... —Golpeo tres veces mi palma de la mano en la mesa—. Toma, toma, toma... —Paso a dar palmadas en el aire, simulando un perreo que encienda sus mentes perversas—. ¡Menudo sexo! Increíble —pronunció en un gemido, para acabar mordiéndome el labio inferior—. ¿Quieres que te lo presente? Está en la mesita de noche. Habla nuestra lengua, tranquilo. —Saco la lengua y la muevo en círculos a modo de cunnilingus.
Saúl deja la botella de vino en un golpe seco y se apresura a buscar una servilleta para esconder su risa. Papá se atraganta con el queso al ver que me la suda ser respetuosa con su hermano, el que se supone que es el moderno de la familia. Mamá niega con la cabeza, avergonzada por mi descaro y por dejar mal al bocazas. El resto bajan la mirada a su plato de canapés, sin saber qué decir.
—¡A ver esos canapés! —Doy un aplauso, satisfecha con mi victoria.
A Saúl le está costando aguantarse la risa. Tose sobre la servilleta tras el esfuerzo por ocultar su divertimento conmigo.
—Qué te mueres, tío. ¡Sana, sana! —Palmeo su espalda, burlona.
—Es que... Es que... —Tose mientras le ofrezco mi copa de vino. Le da un trago largo para bajar su malestar—. Me han preguntado veinte veces lo mismo durante el cóctel. Pero...
—Pero no tienes Satisfyer —acabo su frase.
—Debería... —pronuncia entre risas.
—La próxima vez que me toquen las narices, sacaré a pasear mi segundo novio «Don Dildo» y mi amante «El señor Plug».
Bebe de la copa de vino buscando apagar sus carcajadas y no levantar más sospechas sobre mis maquiavélicos planes. Mientras, me fijo en sus labios rodeados de una sombra de barba muy sensual. Mi mente dibuja el tacto, del sabor y el calor de su boca. Y me entra otra hambre.
Cuando Saúl termina su trago, me ofrece la copa de vino, mirándome con esos ojos lindos, llenos de lágrimas de risa.
Bebo un trago largo de vino mientras lo observo a través del cristal, con esa sonrisa traviesa tan llamativa.
—Creo que necesitaba a alguien como tú esta noche. He conducido 60 kilómetros pensando que el vino iba a ser lo más divertido del fin de mi año —confiesa entre risas.
Por raro que parezca, a mí él también me viene estupendo esta noche. Llevo meses sin conocer a nadie y, necesitaba un poco de aire fresco en mi vida. Los bares del pueblo solo me llevan al hoyo, encontrándome con antiguos compañeros de colegio que detestaba cuando era una niña. Uno de ellos me ofreció pimientos verdes en un cesto, entre cerveza y cerveza artesana, pero creí que me vendía droga. Cuando me di cuenta del error y de su cara de espanto, me fui del bar, riéndome sola. Barcelona era ese lugar de locos cuerdos en el que me sentía cómoda con esa barbaridad.
Papá y mamá han sido los mejores anfitriones tras mi ruptura, pero en el fondo quería salir un poco de sus conversaciones de pareja y del menú del día y, ser algo más basta y caliente que un plato de lentejas de los domingos. En esos bares no, pero esta noche quizás se tercie.
—¿Quieres? —Le cedo la copa de vino, jugando con su misma picardía en la mirada.
Y, si ese coche no está muy lejos de casa de mis padres, mi nuevo año empezará con buen sexo y con risas antes, durante y después del orgasmo. Creo que él también busca esa diversión esta noche y, quién sabe, si más noche a partir de ahora.
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¡FELIZ NAVIDAD!
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